Comentario
La Unión Soviética surgía de la contienda mundial formando parte del grupo de los vencedores y, dentro del mismo, como segunda potencia con capacidad de decisión de ámbito universal. Con todo, los efectos que la lucha había producido sobre su territorio incidirían de forma señaladamente negativa sobre su inmediata evolución material. En este plano, la cita de las cifras más señaladas sirve como perfecta ilustración de las consecuencias que para la URSS tuvieron los meses de ocupación y la guerra que oficialmente había adquirido el calificativo de patria.
Más de siete millones de personas civiles y una cifra superior a los trece millones de combatientes eran las pérdidas humanas que la invasión del espacio soviético por el Tercer Reich había producido. Estas cifras totales, que dada la dificultad de su establecimiento bien pudieron haber sido superiores en la realidad, informan de manera suficiente acerca de la magnitud alcanzada por la catástrofe. En el mes de agosto de 1945 podían ya ser evaluados los efectos materiales generados por la presencia alemana sobre territorios en los que se asentaban más de 90 millones de personas y algunas de las zonas económicamente fundamentales del país.
La desarticulación de los sistemas de producción e intercambio de bienes constituía la nota dominante en ese momento. En la época de la invasión -en el mes de junio de 1941- el Gobierno de Moscú había ordenado el inmediato traslado de centenares de instalaciones más allá de la barrera montañosa de los Urales, con la finalidad de sustraerlas a la destrucción o al expolio del ocupante. Y además de esto, el Ejército alemán se había dedicado a efectuar una sistemática aniquilación de todo cuanto pudiese poseer algún valor material. La mayor parte de los bienes económicos que se habían mantenido en los territorios ocupados sería destruida o transportada a Alemania, como sucedería en una determinante proporción con la cabaña bovina y ovina perteneciente a la Unión Soviética.
Aplastado el poderío alemán, los dirigentes de Moscú se enfrentaron a multitud de cuestiones; las más graves eran las referidas a la alimentación y la vivienda; una cifra superior a los 25 millones de ciudadanos soviéticos carecía de hogar en el verano de 1945 como efecto de las acciones bélicas que su país había soportado. De forma complementaria a la desaparición de cuantiosos bienes económicos en la agricultura, muchas de las consecuencias materiales obtenidas en los años anteriores por medio de la implantación de planes quinquenales de desarrollo se verían anuladas. Más de 75.000 kilómetros de vía férrea, junto a la práctica totalidad de la organización koljosiana en los territorios intervenidos militarmente habían sido inutilizados de forma irreversible.
Con esta desoladora realidad, el régimen soviético impulsó bajo todas sus formas posibles la reconstrucción del país a partir de unas condiciones iniciales en absoluto favorables para la realización de esta tarea. El poder soviético no solamente no había sufrido merma alguna en su impuesta autoridad como efecto del conflicto, sino que había salido definitivamente reforzado por el mismo. La figura de Stalin se había engrandecido, y de esta forma los planes de reconstrucción que él impulsaba no tendrían contestación posible en el interior del país. La vida del ciudadano soviético a lo largo de la etapa que se inicia en el mes de agosto de 1945 alcanzaría rasgos de extrema penuria, ni siquiera conocidos en parte alguna del resto de la agotada Europa.
Los problemas de vivienda, alimentación, transporte, etcétera, quedaron relegados a una posición secundaria en beneficio de la potenciación de la industria pesada. Los años de guerra favorecieron importantes mutaciones en el campo de la economía soviética; destaca entre ellas la industrialización de Siberia y Asia central gracias a la definitiva localización en sus territorios de las instalaciones industriales allí trasladadas en 1941. La población, por su parte, no accedía al consumo de los bienes que la política estatal consideraba innecesarios o era incapaz de producir o de adquirir.
Facilitó las tareas reconstructoras en la Unión Soviética el mismo carácter planificador de su economía, que permitía la ordenación total de las actividades a desarrollar, así como el establecimiento de la ya mencionada prelación en beneficio de unos sectores con preferencia a otros. La ayuda del exterior, de Estados Unidos en particular, se complementaba con los bienes económicos que la posición de vencedor que ostentaba el país le permitía extraer de los países derrotados y ocupados. De esta forma, las pérdidas materiales sufridas, cifradas en cantidades superiores a los 100.000 millones de dólares de la época, serían en cierta medida subsanadas por la gran cantidad de elementos de utilización productiva que la presencia del Ejército Rojo sobre los países limítrofes le aportaba de forma inmediata.
En conjunto, la recuperación material de la Unión Soviética logró señaladas cotas, teniendo en cuenta la precaria situación inicial dominante. Ya en las últimas semanas del año de la victoria la producción de acero, carbón y petróleo se situaba, respectivamente, en un 70, un 60 y un 90 por 100 del total de la producción de la anteguerra. Dos años más tarde, en medio de la situación internacional de larvado enfrentamiento con el antagonista norteamericano, la industria soviética recuperaba niveles similares a los de 1941.
Por otra parte, la imposición de altos grados de rigor político complementó las dificultades materiales que soportaba la población. Durante la guerra, las autoridades habían realizado grandes esfuerzos para conservar el control de la difícil situación planteada. Así, habían recurrido incluso al apoyo que les prestaba la Iglesia ortodoxa, poseedora de una extendida influencia social. Ahora, las condiciones dominantes en la escena internacional decidían a los responsables del Kremlin a la adopción de todas las medidas posibles para contener cualquier corriente o actitud de disidencia que pudiera mostrarse en el país.
Los grandes sacrificios que la reconstrucción económica imponía a los soviéticos se unían de esta forma a las estrictas medidas de control policiaco y un fuerte incremento en las prácticas de adoctrinamiento ideológico. Josif Stalin, convertido en supremo y exclusivo encarnador de los principios revolucionarios, se apoyaba en un cohesionado partido comunista que había visto multiplicar el número de sus afiliados de forma especialmente destacada. Así, de poco menos de tres millones de miembros con que contaba el partido único antes de la guerra, se pasaría a superar la cifra de los seis millones para el verano de 1945. Junto a esto, cabe citar que los grados de ideologización que se manifestaron en la etapa que siguió al fin de la guerra no habían sido conocidos ni siquiera durante el período revolucionario.
En el plano exterior, el tradicional expansionismo zarista había encontrado en los dirigentes comunistas sus más adecuados sucesores; éstos aprovechaban la oportunidad única que les reportaba su condición de vencedores en la contienda para asegurarse la dominación de territorios exteriores de gran amplitud. Sumando los espacios obtenidos por la Unión Soviética en la Europa central y oriental en el extremo oriente asiático, se alcanzaba una cifra total que superaba los 700.000 kilómetros cuadrados, con una población de más de 25 millones de personas.
Todos estos territorios se integrarían plenamente en el espacio soviético, desde Polonia hasta Manchuria, y desde Rumania hasta los archipiélagos del Pacífico. Sus estructuras sociales, económicas y políticas se adecuarían al modelo impuesto por el vencedor; ello haría posible para Moscú un reforzamiento en todos los órdenes, formando un férreo conglomerado físico que tenía en los vecinos regímenes de democracia popular efectivos elementos de uso en contra de toda acción procedente del campo occidental antagónico. En el verano de 1945, la Unión Soviética se alza al primer plano del protagonismo mundial, superando la larga etapa de ostracismo a que las posiciones anticomunistas la habían arrojado a partir del momento del triunfo de su particular revolución.